Cada día, más mujeres en todo el mundo emprenden acciones en favor de la igualdad, la paz y la justicia. Son ellas quienes transforman, queriéndolo o no, los esquemas tradicionales de género y poder, dedicando su vida a defender los derechos inalienables de todas las personas. Cada vez más, estas extraordinarias mujeres se identifican a sí mismas como defensoras de derechos humanos. Por lo general se afirma que son un colectivo doblemente vulnerable, por ser mujeres y por ser defensoras, sin embargo, su constante voluntad de generar un cambio positivo en nuestras sociedades las hace muy fuertes. Hoy, 29 de noviembre, celebramos su día.
El Día Internacional de las Mujeres Defensoras, aprobado en 2005 en Sri Lanka durante la Primera Consulta Internacional de Mujeres Defensoras, significó el primer reconocimiento público mundial del trabajo válido, necesario y legítimo de multitud de mujeres. En 2013, la Asamblea General de la ONU reiteró de forma histórica el apoyo a su labor, aprobando la primera resolución sobre las defensoras de derechos humanos. Se trata de mujeres que llevan a cabo una labor incansable y fundamental por la que frecuentemente enfrentan violencias específicas; además de riesgos similares a sus homólogos masculinos, afrontan otros obstáculos inherentes a su género. Muchas defensoras también ejercen su labor en un contexto de desigualdad y precariedad, ya sea por el poco reconocimiento social, por la carga de trabajo doméstico y de cuidado que asumen al mismo tiempo, o por los elevados índices de violencia hacia las mujeres. En este sentido, el Día Internacional de las Defensoras de Derechos Humanos vuelve a recordar lo necesarias que son las acciones de solidaridad con ellas y para ellas, y cómo de prioritario es promover y ejecutar estrategias y herramientas de protección que les permitan continuar su labor.
La participación de las mujeres en la defensoría de los derechos humanos es clave por muchas razones. En primer lugar, para liderar un discurso que acabe con la desigualdad de género, los estereotipos y la estigmatización. En segundo lugar, para posibilitar que también las mujeres tengan un espacio en la toma de decisiones y en la vida pública o política. Y además, para poner nombre y rostro a las luchas que millones de mujeres protagonizan y que quedarían en la sombra de no ser por las defensoras que las representan.
Es Indira Ghale, de Nepal, o Maria Matauta, de Kenia, quienes trabajan para impulsar que las mujeres jóvenes de su países se conviertan en agentes de cambio y así reducir la violencia doméstica y sexual. Es Cristina Auerbach, de México, quien lideró a un grupo de mujeres para luchar y reducir las muertes de los mineros del carbón. Es Valentina Rosendo Cantú, de México, quien consiguió una sentencia favorable contra sus agresores, y Sandra Alarcón quien la honra. Es Rosa Santamaría, de Honduras, quien defiende a las mujeres rurales y el derecho a la tierra y el territorio que cultivan. Son Ninfa Cruz y Cristy Lozano, de Colombia, quienes han apoyado a las comunidades, en especial a las mujeres, en el contexto del conflicto armado.
Quedémonos con ellas.
Quedémonos con ellas y todas a las que aún no hemos conocido, porque necesitan que su labor siga siendo reconocida y protegida. Quedémonos con ellas e invitemos a muchas más, pues la solidaridad entre mujeres es también una herramienta de autoprotección. Quedémonos con ellas y unámonos a ellas, porque nos necesitan, porque los derechos humanos también son para las humanas. Quedémonos con ellas, porque todas sueñan con un mundo en el que las personas defensoras de derechos humanos ya no hagan falta.